Siempre me llamó la atención de Tito su buen humor y excelente talante. Era casi imposible verle enfadado más de diez segundos. Más de una vez al preguntarle a la salida del hipódromo como había ido la mañana, tras una de esas jornadas en las que la suerte se mostraba esquiva, Alejandro se encogía de hombros y con una sonrisa afirmaba “como siempre, chato”. En cierto sentido me recordaba al personaje de Simon Callow en “Cuatro Bodas y Un Funeral”, siempre optimista y contagiando de buen rollo a los que le rodeaban.
Nunca olvidaré su expresión de felicidad cuando Barnacla ganó en Lasarte una mañana de invierno hace ya más de quince años, el día en el que más unido le vi a su hijo Alejandro. Su último trofeo lo recogió en Septiembre de 2.007 después del triunfo de Fogoso Marshal en Madrid, cuando ya la salud le había dado algún que otro susto.

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